martes, 27 de septiembre de 2011

La belleza del mundo en una palabra


En la mayoría de las historias familiares, al rememorarse el nacimiento del primer hijo, coinciden casi siempre los deseos del padre de tener un varoncito, para llevarlo a jugar pelota y poder disfrutar de los primeras peleas porque le rompieron el papalote, mientras que las madres, aunque solamente añoremos traer al mundo a un niño sano, se inclinan por las bebitas.

Desde el instante en que se escucha el primer llanto de una niña las primeras preocupaciones de la familia resultan semejantes: ¿cuándo le podremos poner los aretes?; tan lindos los lazos rosados y no tiene pelito; tengo que encargar desde ahora los zapatos del año. Tal parece que esas bromas machistas que nos catalogan a las féminas como seres sometidos a la hoguera de la moda, toman como punto de partida el afán de casi todas por lucir hermosas, sin importar la edad. Pero, ¿qué sería de este mundo, y de esta Isla, sin esas hermosas mujeres que roban el aliento por un instante?

Las niñas constituyen en primer lugar esas muñecas vivas que deseamos en la infancia. Las adornan con esmero, las visten a semejanza de la más famosa cantante del momento, les enseñan a bailar, a ordenar sus juguetes; en fin, se les prepara para un futuro donde serán ejemplo de feminidad y esposa perfecta. Los padres de varones alardeamos de que, por suerte, nos libramos de los dolores de cabeza de tener a una bella adolescente en casa, asediada por lampiños y bigotudos, como si un hijo, sin que importe el sexo, no fuese una fuente constante de preocupaciones.

Intente pronunciar en voz baja la palabra mujer, y note cuán suave brota cada sílaba. Las féminas contenemos el significado de tantos bellos momentos, no sólo personales, también para toda la familia. La fiesta de quince constituye la cumbre de la niñez, y el precipicio de los ahorros de tantos años. Pero nadie piensa en eso cuando nos ven felices, luciendo el esplendor de la juventud y una sonrisa sin preocupaciones. Más tarde, las abuelas y madres sueñan con la boda hermosa que no tuvieron, y viven a través de nosotras un festejo de amor y de belleza.

Lo increíble de las mujeres resulta que, aunque nos consideren débiles, más sumisas al hogar y al qué dirán, podemos igualar, e incluso, superar a los hombres en cada aspecto de la vida cotidiana. ¿Se imagina usted a un padre soltero, lidiando con el disfraz de Elpidio Valdés para la fiesta del Círculo Infantil, la vacuna que le toca, la respuesta a la pregunta constante de cómo se hacen los niños? Solo la ternura infinita de una mujer y la falta de prejuicios para inventar voces que cuentan la historia de la semillita que llegó a la barriga de mamá, logran la magia de hacernos fuertes, receptivas y emprendedoras frente a cada desafío.

Y sí, es cierto que suspiramos por zapatos y que lloramos con demasiada facilidad, como también lo es que hemos desarrollado como nadie el instinto de resolver los problemas a fuerza de comprensión y que constituimos el alma y el corazón de las familias. Presumidas, histéricas, delgadas o glotonas, todo en un mismo ser por increíble que parezca. Basta la sola mención de la palabra mujer para que se imagine la belleza del mundo en solo una palabra.

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